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Los foros y sus cuitas

por el príncipe de las mareas

En algunos foros, y sobre todo en Twitter, se asoman con excesiva elocuencia las diferencias ideológicas de las personas. Es un dato, no una crítica, pero no deja de resultar cuando menos triste, que sin haber tenido conciencia de las realidades históricas, se defiendan con tanta vehemencia hechos no constatados.

Un crio de 12 años recrimina a otro su actitud intolerante contra su país, otro de treinta se desgañita gritando fascista al que no comulga con sus ideas, o al menos, con la concepción política del pasado que nos retrotrae a un presente equívoco y pernicioso. Uno de cincuenta puede atribuirse la experiencia inventada de unos hechos vividos por el de setenta, y sin embargo todos y cada uno yerran en sus convicciones, confunden su realidad identitaria con los deseos de una constancia no probable. Ese crio es tan español como aquel al que acusa de beligerante con su tierra, el de treinta es tan moderado como el que calla sus aficiones, y el de cincuenta está tan confundido como el crio, el joven o el anciano.

El ser humano se guía por sus instintos más primarios, hará, o dejará de cumplir lo que le proporcione el sustento diario, no se cuestiona la moralidad de un acto si este revierte en un beneficio necesario. Hay gente que se aprovecha de su situación privilegiada, ya sea intelectual, económica o simplemente por el cargo que ocupa, que tratará, y en demasiadas ocasiones conseguirá, apelar al sentido primitivo de la supervivencia para inocular el virus de la discordia. Dos niños tienen un juguete cada uno, tratarán de arrebatar el suyo al otro, incluso si tienen dos o tres cada uno. Pero si el número de juguetes se eleva hasta una cantidad que cada cual considere suficiente, no habrá disputas, incluso permitirán que el otro tome alguno de los suyos. Es lo que ocurre cuando las sociedades tienen cubiertas sus necesidades, ese de rango superior no podrá manipular el pensamiento ajeno, pero cuando una parte de la sociedad pasa por momentos de penuria, entonces la tierra está preparada para el abono de la discordia.

Los nacionalistas juegan con estas variables, apremian al electorado para que apoye sus reivindicaciones haciéndoles partícipes de esos males que les azotan, les hacen somatizar unos afanes propios, haciendo creer a la población que esos son sus propios deseos. Señas de identidad falseadas a fuego lento en el crisol de la innata necesidad de disputar prerrogativas propias que serán compartidas por todos, un mundo de leche y miel donde las abejas españolas no son más que zánganos y las vacas de ubres secas.

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