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Espíritu de Eremua

por el príncipe de las mareas

Con el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, se pone en entredicho el camino recorrido desde entonces. Aquel relato de una muerte anunciada, consiguió algo que no se ha vuelto a repetir en estas dos décadas transcurridas: “el espíritu de Ermua”.

                ¿Quién es Ermua? Se preguntarán muchos jóvenes de hoy en día. Ermua supuso la resistencia, la asunción de un papel olvidado de un cuerpo civil que, como pueblo, se rebela ante la barbarie. La sociedad española tenía un enemigo común: ETA. El miedo se había apoderado de ese cuerpo, lo tenía atenazado bajo la amenaza de ser el siguiente en su larga lista de asesinatos. Nadie quería señalarse, todos temían el próximo zarpazo. El gobierno, los sucesivos gobiernos eran incapaces de poner fin a la estrategia terrorista. Sus desavenencias con la oposición, con los nacionalismos recalcitrantes no acababan de embridar a la bestia que derramaba nuestra sangre. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, morían en el intento de hallar una correspondencia tanto con el poder ejecutivo como con el judicial, mientras el monstruo se pavoneaba tras un explosivo, un tiro en la nuca, o un secuestro mercenario. Le tocó al joven concejal de Ermua, colmo le podía haber tocado a cualquiera; esta lotería sanguinaria siempre repartía premios. ETA busca el chantaje, la humillación del Estado de Derecho, y lo hubiera conseguido si la gente, esos españoles de entonces, no se hubieran levantado y gritado: ¡Basta ya! España volvía a ser una, libre, y sin miedos a una cuadrilla de facinerosos tocados con Txapela, pistola y goma 2.

                ¿Cuánto duró esa libertad? Poco, lo suficiente para que esos que siguen en las instituciones, se hayan hermanado con aquellos que nos amenazaron, secuestraron y asesinaron durante muchos años.  

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