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¿ETA? No, gracias

por el príncipe de las mareas

Juan es un guardia civil destinado en Oñate, pero también podía haber sido concejal en Ermua, o también ¿Por qué no?, un empleado de Correos que pasaba la tarde del sábado en un centro comercial. Sea como fuere, a Juan lo asesina ETA esa misma tarde.

Juan estaba casado con Luisa, tenían dos hijos, Juan de seis años y María de tres. Era aficionado al Real Betis, y criaba canarios por afición, lo que le indujo a formar parte del club de canaricultura de su pueblo. Los domingos se reunían e intercambiaban sus experiencias y sus dudas con respecto a esta o aquella raza, el alimento de las crías o el próximo concurso de canto.

María estaba acostumbrada a que su padre le contara un cuento por las noches, decía que no se dormía hasta que papá no le contara las aventuras del patito feo o las de caperucita y el lobo que asustó a la abuelita obligándola a encerrarse en el armario. El pequeño Juan solía acompañar a su padre en los largos paseos que daban por el parque, siempre que éste estuviera libre de servicio, no tuviera pleno en el Ayuntamiento, o hubiera finalizado su jornada en esa oficina pintada de blanco con ribetes amarillos.

Juan contaba con la amistad compartida de Luis y Teresa, matrimonio que solía cenar con ellos los sábados si era posible, o compartir una barbacoa los domingos en casa del suegro de Luis, un jubilado de la Renfe, que gustaba de provocar a Juan por su afición futbolística. El jubilado es seguidor del San Roque de Lepe, y amenaza a Juan de verse en la misma categoría.

Esta noche Juan no contará cuento alguno a su hija, no vestirá el uniforme verde esperanza y patrullará las calles. Tampoco asistirá al pleno extraordinario ni repartirá mañana las cartas ya casi extintas. Y no lo hará por que unos asesinos han decidido truncar su vida, cercenar las ilusiones, las pasiones o los ideales de este marido y padre, de este trabajador honrado que solo hacía su trabajo, o tal vez paseaba su ocio una tarde de verano en unos grandes almacenes.

Cuando oigo a un dirigente político justificar, comprender o atemperar su parecer con respecto a ETA, me sube una rabia por el estómago que no para hasta llegar a la boca. Una vez allí no se instala, sino que sale en forma de improperio desaforado.

¡Hijos de la gran puta, Juan no es un objetivo, es una persona!

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