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Avatares...

por el príncipe de las mareas

Esta noche de sábado uno de los celadores tiene planes, ha quedado no se sabe cómo, ni con quien: ¿Te importaría cubrirme esta noche? No me quedaría por todo el oro del mundo. Sonríe de manera lobuna.

- Menudo bribón con suerte, no se como has podido caerle en gracia a la enfermera con lo feo que eres.

- Ten en cuenta que mis encantos no se hallan a la vista. El gesto obsceno no pasa desapercibido para su compañero, éste cabecea en señal de asentimiento y añade: De acuerdo, pero a las cinco te quiero de vuelta.

- No seas tan mal amigo, no me pidas que regrese tan pronto, al menos dame algo más de margen.

- Ni un minuto más, a las seis llegan las empleadas de la cocina y no quiero líos. Si nos descubre el director nos pone de patitas en la calle, y sabes que no estoy dispuesto a correr ese riesgo ¡A las cinco y no se hable más!

Esta noche solo quedan en el edificio además de los internos y el celador, el director. Este tiene una habitación en la tercera planta, alejada del comedor y sus batallas. Cuando llegó se planteó la idea de buscarse un alojamiento en el pueblo, pero ante los requerimientos a los que se veía sometido no quiso alejarse de su lugar de trabajo, así estaba mejor, no tenía que conducir todos los días para ir y venir.

Las risas se fueron apagando, los ronquidos continuaban pero ya nadie se quejaba, todos dormían con las conciencias sedadas a causa de las píldoras de la cena. Sánchez, el celador, se ha recluido en la oficina que da vista al salón común. A través del cristal se observa todo lo que acontece en él, de noche no hay nadie, sus pensamientos no serán perturbados por nada ni por nadie. Normalmente uno de ellos permanece en este lugar, mientras el otro realiza las rondas por los pasillos que acceden a los dormitorios, la rutina le ha enseñado que salvo en contadas ocasiones, ningún interno se levanta de la cama; todos suelen permanecer en los dormitorios sin causar mayores molestias. Otras veces juegan una partida de ajedrez. Sánchez es aficionado al juego de piezas negras y blancas, y su compañero ha terminado por aprender, aunque no sea un rival digno de su ciencia.

La radio sintonizada en una emisora de la capital emite un programa en el cual la gente llama para contar sus cuitas y encontrar una posible solución que les alivie el problema.

- "Mi llamada va dirigida a los que como yo padecen de insomnio, quisiera saber si es cierto, si alguno ha probado con la hierbabuena como remedio casero para combatirlo".

- "Está usted en antena, adelante con su pregunta". "¿No sabría decirme alguien como curar la soriasis?”... Todas las preguntas del mundo son volcadas a las ondas, muchas soluciones posibles salen a su encuentro a través del mismo medio. La gente busca con anhelo más que la respuesta a sus preguntas, la solución a una soledad que les aprisiona el alma. La noche es el mejor vehículo para este tipo de viajes por la conciencia humana. Sánchez decide darse un descanso ante tanto desconsuelo, y resuelve pasearse por los pasillos en penumbra. Ha oído un leve carraspeo tras la puerta de uno de los dormitorios, arrima la oreja al tiempo que trata de atisbar por el ventanuco. El sonido no se repite, la normalidad y el silencio vuelven al instante. Sale de allí y se dirige a los lavabos de los hombres. Todo conforme entre las baldosas gastadas, ninguna gotera impertinente, ningún grifo olvidado sin cerrar. Vuelve por el pasillo y cree haber visto una silueta moverse: - ¿Hay alguien en los pasillos?, no obtiene respuesta y se acuerda con hastío de la ausencia de su compañero -¿Donde estará? seguro que está pasando un buen rato con la enfermera, que suerte tienen algunos, yo aquí jodido y el jodiendo-. Le hace gracia su propio comentario y emite una sonrisa nerviosa. Avanza unos pasos y cree volver a ver la sombra de antes, se apresta con los nervios en tensión, ningún sonido, ni asomo de la sombra.

- ¡Maldita sea, alguno parece que tiene ganas de jugar esta noche, como le eche el guante se va a acordar de mí una buena temporada! Los pasos cautelosos le llevan hasta el dormitorio del coronel, en esa habitación pernoctan seis hombres. Pega el oído en la puerta y nota la frialdad metálica que despide, le ha parecido oír un leve sonido proveniente de otro dormitorio, Raúl con los ojos abiertos, duerme. Es el único de los allí recluidos que padece este trastorno. Una vez le consultó al director sobre este extraño episodio, aquel le contestó que si bien era raro en adultos podía darse en la etapa del sueño conocida como no REM. Ni que decir tiene que una persona poco instruida no sería capaz de descifrar que significaban esas tres letras, pero tampoco dejaba pasar la ocasión de recitarlas cuando tenía oportunidad. A veces las muestras de sapiencia no son más que el fruto de la arrogancia, pero en su caso no iba más allá de una simple coquetería con el sexo femenino que no alcanzara niveles de conocimiento superiores al suyo. El pasillo se mece por un instante, parece que las paredes hubieran cobrado vida y danzaran al son de una lámpara de latón y luz ambarina. Cesa el movimiento, cesa el sonido que nunca habló, avanza unos pasos, otro más y se detiene girando lentamente sobre sus talones como si recordara sus tiempos de servicio militar. Con la mano aparta de su cara un pensamiento absurdo y, resoluto se encamina de nuevo hacia el salón, puede que el programa haya entrado en una dinámica más entretenida cuando… Esta casi seguro de que el sonido sibilante procede del fondo, se vuelve raudo. Apenas tiene tiempo de completar el giro cuando siente algo frío en su garganta, algo parecido a un pinchazo. La sangre sale a borbotones impidiéndole cualquier sonido, sus ojos acostumbrados a la oscuridad se dilatan en un gesto de sorpresa y su cuerpo cae pesadamente al suelo, empapándose en el charco que su propia sangre ha formado sobre las baldosas agrietadas. Apenas tiene noción de lo que está ocurriendo cuando su mente se apaga, como si hubiera sido accionada por un interruptor oculto en la pared.

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