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Somos tan diferentes que hasta nos parecemos

por el príncipe de las mareas

Llevamos un tiempo dándonos de modernos, de tolerantes del talante por aquello de la estupidez más enraizada en la babia adormecida. Nos creímos los mejores porque ganamos Eurovisión con el “la la la” de Masiel y repetimos con Salomé. Arrasábamos en la OTI por que los indios enviaban a concurso cánticos insufribles y la madre patria merecía un respeto. Eran los tiempos de 300 millones de hispanoparlantes y el orgullo de lo español como seña de identidad, la transición modélica, la festividad del día de la Constitución laica, que no reñida con la Inmaculada aunque supusiera un acueducto festivo. Al fin y al cabo somos una nación rica que puede permitirse el lujo de perder jornadas laborales como lo hacían los alemanes, solo que ellos lo hacían al revés en pos de la reconstrucción de una Patria dividida.

He dicho mil veces que somos una nación cainita, donde la convivencia en armonía, amen de una falacia, es un invento inveterado pero adornado con las cintas y encajes de la posmodernidad más rabiosa. Nos ponemos de ejemplo por que en nuestro suelo han convivido varias culturas, religiones y modos de concebir el mundo sin el menor recelo, disputa o rencilla, popular o institucional. Esto es una gran mentira, la única convivencia pacífica ha sido la que ha unido la distancia geográfica, la única paz social ha existido cuando no han podido verse o vernos la jeta los unos delante de los otros, porque en el momento que hemos coincidido en un palmo de terreno, la hemos liado parda. Así poco importaba hablar de suevos, alanos y romanos, como de catalanes, árabes o vascos. Gallegos y celtas o carolingios y rifeños, daba igual judíos que musulmanes que cristianos y agnósticos. Siempre nos ha ido la marcha de la gresca, aunque muchas veces envuelta en la simpleza del sometimiento al inútil de turno, por un simple ejercicio de autosodomía complaciente. Nos dieron en Trafalgar por mamelucos afrancesados, nos dieron en Cuba por pederastas en nuestras propias fronteras y nos seguirán dando si Belén Esteban no lo remedia saliendo elegida en las próximas elecciones generales.

Decía y digo que somos unos farsantes por decir a boca llena que convivimos y aceptamos otras culturas, que coexistimos bajo el manto de la tolerancia más absoluta. ¡Mentira!, siempre hemos buscado los intereses individuales denostando los colectivos, siempre la diferenciación antes que lo que nos une, ya sea en lo político como en lo profesional. Los catalanes por poner un ejemplo, erradican la fiesta nacional por identitaria de una cultura a la que detestan por imponerse en tiempos de autocracia. Otra mentira, nadie se les ha impuesto, salvo quizá Felipe V en su momento; buscan la diferencia aunque sea a golpe de legislación espuria, hueca y sin sentido. España antepone los bienes gananciales, ellos la separación, España concreta la igualdad en la premoriencia en casos de herederos, ellos imponen 72 horas para distinguirse, con el calentamiento de cabeza que conlleva que dos personas mueran con una separación de 24 horas y se las considere que el óbito se produce al mismo tiempo. Entiéndase que el calentamiento cefálico es para los herederos. Ganas de enredar solo para que se note que ellos son distintos a los otros. Hasta los 1000 millones de chinos cuando salen al exterior hablan ingles o español, según el foro; estos no, estos en catalán aunque estén frente a las playas de Cádiz en presencia de dos andaluces. Los vascos no se quedan cortos, ellos a lo bruto, a lo talibán, a ver si hay suerte y nos matan a todos. Andalucía es mi tierra, y también se las gasta; tenemos un idioma propio para muchos de los politiquillos de tres al cuarto que nos desgobiernan. El castellano que hablamos es andaluz por que tiene cuatro connotaciones y tres rasgos propios que la diferencian, ¡que duda cabe! Pero no la habilitan como lengua por carecer por ejemplo de gramática vernácula.

Con esto pretendo decir que es hora de abrir los ojos, que las ideologías no dan de comer, que las ideas si no se llevan a la practica no pasan de propósitos, y que cualquiera que nos rodee prometerá lo que sea con tal de ganar algo, unas migajas, una cena o una noche completa. Los hay que se hacen presidente de la comunidad solo para que el seguro comunitario les arregle un grifo que gotea, para ganarse doscientos euros con la excusa de llevar el mantenimiento, o solo para contarlo en el bar a los amigos. El poder no tiene límites, es tan deseado que los hay, que por tal de gobernar aunque sea sobre una baldosa del cuarto de baño, golpearían en el vientre a su propia madre.

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