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Solo un retazo de novela

por el príncipe de las mareas

¿No es usted algo mayor para el cargo? Le espetó el más bajo

La burra detiene el paso como advertida de una conversación en ciernes, la educación es lo primero aun tratándose de un jumento. El alcalde sujeta con desgana el ronzal y llama a la perra que olisquea tras unas jaras el rastro de algún conejo.

  • La edad no está reñida con las ganas de afrontar responsabilidades. Contesta picado en su orgullo.

El que lleva la voz cantante se rasca el pelambre que no cubre el sombrero de palma, sus movimientos lentos no advierten de sus pensamientos, si bien, el anciano regidor muestra cierto nerviosismo por unos recuerdos que no afloran a su mente. El compañero del primero se mueve despacio, da un ligero rodeo para ponerse a la espalda y atiza un golpe en la grupa de la burra, que cogida por sorpresa arranca con unas fuerzas desacostumbradas echando por tierra a su montura. La perra respinga asustada y huye hacia la loma, mientras el anciano recostado sobre sí mismo les mira con desprecio.

  • Los dictados del gobernador son de obligado cumplimiento señor alcalde.
  • Así que va de eso, una vendetta de cobardes. Malas puñaladas os den en el camino de vuelta. Escupe con desdén don Tobalo.

La camisa se tiñó pronto de sangre, el certero navajazo entró entre el costillar bien delimitado como para errar el golpe. Volvió a repetir con la misma saña la embestida dejándole arribado entre las jaras salpicadas. – Buen viaje a los infiernos, dele recuerdos a satanás de nuestra parte.

Los funerales por el difunto no pasaron desadvertidos para los discípulos de régimen, de hecho, fueron varios los dignatarios que acudieron al duelo. El ambiente cargado de heridas sin restañar, se fue volviendo de untosco amarillento, de un acre enrojecido de ideas marchitas aún pendientes de resolver. Las mujeres enlutadas plañían unos cánticos arcanos, misales decrépitos, sobados en sus costuras afloraban entre las manos de las que un día aspiraron al voto, de esas que contaron con el alcalde finado entre los defensores del sufragio universal. No hará más de una década de las manifestaciones silenciosas, de las sentadas en la puerta del ayuntamiento, de las cuitas del maridaje desconsolado y plantado a las puertas del lecho en demanda de una solidaridad no compartida y menos entendida.

El alcalde del pueblo vecino no apareció, fundado en quizá tal vez asuntos de afrenta entre correligionarios encontrados, tuvo a bien no comparecer junto al resto de autoridades venidas de la capital. Algunos vecinos lo achacaron a un temor infundado de salir apedreado de los límites comarcales, otros, los más avezados en esto de la política, quisieron ver una escaramuza disuasoria, una abstención de personarse en momentos no apropiados para la integridad física del regidor del municipio que alberga, cobija y esconde, a los más que probables autores del regicidio.

El párroco culmina su letanía alargada en una muestra exagerada de los recuerdos del prócer, que no se ajustan a la realidad esa sarta de alabanzas. Las mujeres, seis contando a la Engracia, han cesado en sus llantos, y el encargado municipal de dar tierra a los difuntos, aplaca con una pala los afanes de aquel que se gastó los dineros públicos en ubicar una plaza para dar cobijo al monumento científico. Unos breves cabeceos de condolencia ante el hijo de don Tobalo, y la comitiva se encamina discreta pero con prisas hacia los vehículos estacionados a la entrada del camposanto, que los de la gorra de plato llevan consumidos cerca de unpaquete de tabaco en la espera de volverse por donde han venido.

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