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Personalmente me gusta la Semana Santa, es una fiesta que acojo con agrado en

por el príncipe de las mareas


Personalmente me gusta la Semana Santa, es una fiesta que acojo con agrado en esta tierra andaluza. Me crié en Sevilla, y allí aprendí que la tradición no es una desfasada y superable etapa trasnochada, al contrario me reafirmo en que el folklore es una potestad del pueblo y solo el pueblo tiene derecho a mantenerlo o cambiarlo.
Vivimos momentos críticos para la propia identidad de los españoles, nos hemos aposentado sobre el geiser de la discordia, la duda enmascarada en modernidad y la autorrepresión de nuestros propios valores. Comenzamos solos, sin más ayuda que la prestada por unos descerebrados, trepas y díscolos gobernantes que solo aspiran a medrar. Las aspiraciones suelen ser legítimas, de hecho serían recomendables siempre que se mantengan dentro de los patrones marcados y aceptados. Lo que se vuelve intolerable y altamente nocivo para la salud de un pueblo, es cuando se transforma en un ejercicio de sometimiento absoluto, cuando se escala sobre los cadáveres de los que un momento antes estuvieron vivos, para alcanzar esas metas marcadas con la sangre ajena.
Somos una nación cainita, de eso no hay duda, lo demostramos en el treinta y seis. Pero también en el 34 y después y antes de nuevo y otra vez en los ochenta, y de nuevo con los iluminados nacionalistas, y ahora con el innombrable, el Voldemort de león, el bambi que debió ser abatido en una montería antes de que le salieran los cuernos que adornan sus testa coronada. Somos un pueblo grande pero empequeñecido, nos repele el propio éxito y nos halaga el triunfo foráneo.
En su día se habló de un falso laicismo impuesto desde las instancias gubernamentales acogidas a un sentimiento de rencor y revancha. Este pueblo es católico en su mayoría, este pueblo tiene unas tradiciones que son suyas, nuestras y que no debemos consentir que el iluminado de turno venga a decirnos lo que está bien visto y lo que hay que desterrar. No, no soy ni un beato ni un seguidor de doctrina alguna, todo lo contrario, valoro y propongo que se luche por mantener nuestros valores, nuestra identidad. Los toros son la fiesta nacional, y por ello en Cataluña se pretende prohibirlos. No es el pueblo catalán el que reivindica esta necesidad, sino cuatro imbéciles que reniegan de lo español, cuatro sinvergüenzas que aprovechan las coyunturas que da el poder y las ansias de asomarse por encima de las opiniones de la mayoría. Otros buscan la provocación para sondear la capacidad de respuesta. El caso de Perejil fue un claro ejemplo, se trataba de captar la réplica que se daría. Hace unos días, se volvió a plantear el reto, la provocación en la Mezquita cordobesa. Hoy no es tal mezquita, es una catedral cristiana, y por tanto ajena a otros cultos. Sí, los progres me dirán que tienen derecho, y que tal y tal….No, eso es una burda creencia, un musulmán no dejaría nunca que un cristiano orara en sus mezquitas, no permitiría ese uso compartido por el que abogan. Es como aquel dicho que decía: “lo mío es mío, y lo tuyo es de ambos”. Basta ya de tanta hipocresía, de estulticia redomada y centrémonos en la realidad que nos rodea. Tanto los Estados Unidos como Francia, se enorgullecen de señorear su bandera, aquí nos da miedo, vergüenza, nos parece que no es políticamente correcto que nos vean con ella. Somos una panda de acomplejados, nos torean y no queremos corridas de toros, nos pisan y no queremos callistas, nos ningunean y creemos que no somos nadie. Lideramos en consumo de drogas, en mafias, en paro… Eso no son motivos para sentirse orgulloso, ni por supuesto lo es ser homosexual, que podrá ser una manera de como tomarse el sexo, pero nunca un orgullo; como no lo es ser hetero, jubilado o universitario. Sin embargo nos creemos pioneros por que se aborta de manera libre, se detiene a más pederastas que ladrones, se asesina con la misma alegría que en ciudad de México o nos declaramos agnósticos, laicos y embusteros.
Hace unas pocas décadas, se respetaba a los ancianos, a los padres, a los amigos, incluso a las señales de tráfico. Hace unas décadas no se asesinaba al compañero de pupitre por que no le gustara Mecano, ni se acosaba y maltrataba por ser más bajo o llevar gafas para leer. Si alguien se siente molesto, ofendido o no se identifica con estos sentimientos, que no lo haga, que no asista a corridas de toros, que encierre a sus padres en un asilo de ancianos, que conduzca por un circuito cerrado a trescientos o tres mil Km por hora, pero que nos deje en paz a los que tenemos otra manera de ver las cosas.
Puede que sea raro, puede que deba autoexcluirme de esta sociedad por que no suelo ir a misa, por que me molesta que los dirigentes engañen y ensucien lo que tocan, por que me parezca abominable que una niña asesine a otra por el simple placer de hacerlo. Puede que deba recapacitar el por que odio a los pederastas, por que me gusta la playa de la Concha y para nada los batasunos, por qué soy devoto de la Macarena y del Cautivo o de San Antonio y no lo soy de ZP, Rajoy y toda la farándula que opina que deberíamos vivir como en Cuba donde la democracia lucha contra delincuentes comunes.
Me gusta el buen vino, el fútbol y las mujeres y sin embargo no soy seguidor de Manolo Escobar. Prefiero leer a García Márquez o Saramago antes que ver Tele cinco o Canal Sur, me gusta oír a Bach, Chris Daughtry o Cramberries antes que una sola nota de Ramoncín o Estopa. Soy raro porque me importa un pimiento si ZP dimite o se muere, la SGAE desaparece o se ponen a trabajar de una vez. Pero sea como sea seguiré colgando la bandera nacional del balcón cada vez que juegue la selección, conduciendo con moderación, asistiendo a los pasos de Semana Santa e identificándome con todo aquel que haga de la tolerancia y el respeto su bandera y seguiré pensando que cualquier tiempo pasado no debería ser mejor.

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