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Movimientos dictatoriales

por el príncipe de las mareas

Desde que los humanos aparecimos en la faz de la tierra hemos emprendido una búsqueda constante de nuestro destino. En ocasiones hemos investido esa constante de fe, de creencias religiosas que orienten nuestros pasos, otras hemos huido de tales movimientos y buscado la solución por el camino de la razón. Sea como fuere, el resultado siempre es el mismo, no acabamos de hallar el camino que nos lleve hasta nuestra propia comprensión.

Una vez superados los movimientos migratorios en pos de la supervivencia, una vez constatada la solvencia como especie, nos dedicamos a medrar por la consolidación del bienestar común, que no es más que una expresión maximalista del deseo de satisfacer nuestras necesidades básicas. Así, han surgido movimientos tan dispares como ayuntados bajo el mismo yugo como guerras, revoluciones, sentadas, protestas o los tan de moda escraches. Los hay que creen que los avances se producen por la inercia de sus propios ideales colectivizados, que basta el deseo más ferviente y su manifestación pública, para que se realicen sin más. Otros creemos, o tal vez si se me permite la expresión, dudamos que tales pretensiones se alcancen sin la convergencia de otros factores, sin que una mano invisible como la llamó Adam Smith, articule o al menos guíe en la sombra esos deseos de prosperidad.

En estas fechas se conmemoran movimientos como el 15 M, que para mí ha supuesto una vez más la constatación de esa realidad agazapada en los bajos de la ilusión. Surgió de modo espontáneo como consecuencia del hastío de una población hacia sus gobernantes. Eso no es cierto, más allá de ese velo pintado, había una mano invisible que dirigía los movimientos al parecer convulsos y libres, pero tutelados sin saberlo. A modo de ejemplo repasemos la historia de estos movimientos antisistema: la Revolución francesa fue impulsada desde la burguesía, que aspiraba al poder que su capacidad económica merecía. Cayeron los Borbones y su rancia aristocracia, sí, pero se instauró el Terror para dar paso a un nuevo tirano: Napoleón. Siguiendo con los ejemplos, tenemos la Cuba castrista, o la Nicaragua sandinista, antisandinista, contra sandinista. Se derroca el tirano pero no surge la libertad, surge otro opresor.

España no se ha librado de seguir los pasos de aquellos, se echó a la monarquía para imponer la dictadura del proletariado, cayó esa concepción a manos de la dictadura franquista y cuando murió el dictador, surgió la dictadura de la democracia. Sí, hoy se culpa al gobierno de ser autoritario, de recortar derechos e imponer sus dictados sin preguntar a los administrados. Cierto, pero no podemos olvidar que ya en los primeros años de democracia, el gobierno socialista de González acabó con Montesquieu y su división de poderes, como su sucesor Aznar dio una vuelta de tuerca a esa independencia institucional ya tan maltrecha, como el accidental Zp abolió las funciones del Constitucional convirtiéndolo en una prolongación del poder ejecutivo. De esos polvos vienen estos lodos con que nos embadurnan los actuales gobernantes. La dictadura de los partidos reina en estos momentos, y cuando los movimientos sociales la derroquen, alcanzaremos la dictadura asamblearia.

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