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Armas, poder y justicia

por el príncipe de las mareas

Las armas, la justicia, el poder… Términos ambiguos que no se corresponden con una entidad real, pero que se asocia a algo tangible o concreto. Así, decimos el poder corrompe, las armas matan o la justicia está politizada. El debate siempre está en la calle, las armas no pueden usarse a ellas mismas, por sí solas no pueden producir lesión alguna, necesitan de una persona que haga uso de esas facultades que se les atribuyen. Bien es cierto que un arma dependerá en que manos caiga para resultar o no peligrosa. Si las retiramos de la circulación alejamos esa posibilidad de producir lesiones, pero no por ello dejará de ser un arma.

La justicia es una entelequia, una ficción inventada por el ser humano para consensuar, o al menos paliar las diferencias entre los que más pueden y los que menos. Como tal idea preconcebida no alcanza más allá de los fundamentos para los que se creó, estando siempre predispuesta a ser adulterada en sus principios tan poco naturales. Esta conceptuación de la justicia está íntimamente relacionada con el poder, y por ende, tanto de esa carga intelectual de corrupción, como de politización. El poder no se gana ni se pierde en una mesa de juego, o tal vez sí, dependerá de los jugadores y de la predisposición de las reglas del juego. Ese mismo poder que se arroga en demasiadas ocasiones la autoridad moral, se mezcla en una endogamia ficticia con el deseo de justicia. El resultado no puede ser más que o la desaparición de la segunda, como la depravación de esa unión.

Las armas sí matan, el poder sí corrompe y la justicia permanece sujeta al libre albedrío del que bien a través de las armas, bien a través de las urnas, se arroga el poder y la libre disposición de tutelar eso que llamamos justicia.

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