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Voy a sacar a la perra

por el príncipe de las mareas

El policía tenía cara de zarigüeya. Ella venía calle abajo paseando al perro, un yorkshire de esos que parecen unas zapatillas de andar por casa. El policia le preguntaría por su destino, a lo que ella contestaría que eso no lo sabe nadie más que Dios, y Sandro Rey.

            Le pregunto qué a donde se dirige.

            A la panadería del barrio, a comprar unos bollitos integrales. Le contestaría todo resuelta, al tiempo que se quitaba el mechón rubio de la cara.

            Deme la documentación del perro —le exige el didelfimorfo uniformado.

            Ella le dice que la tiene en casa, que solo ha salido a que la perra haga sus necesidades y que ya se vuelve. Él, no está conforme con la respuesta y exige que ella se identifique. La mujer no lleva encima su documentación, así que no puede mostrársela.

            Voy a tener que denunciarla por indocumentada —le dice.

            No será capaz. Se escandaliza ella. Mire que soy íntima amiga del cuñado de Avelino, el que fuera concejal en tiempos del alcalde Marín. El policia la mira con cara de desconcierto y le pregunta a su vez.

            ¿Marín el de la tienda de muebles?

            El mismo —contesta ella.

            ¿El que tenía un hermano que trabaja en el taller de la Ford?

            Sí, ese.

            Marín, al que su mujer le dejó por uno que tocaba la trompeta cada tarde desde el balcón de su casa?

            ¡Ay! No sabría decirle, me coge usted fuera de juego.

            Y de su casa, señora.

            Bueno, ¿me va a multar o qué? Que la perra hace ya diez minutos que hizo sus cacas.

            Es de suponer —vuelve el policía a la carga— que las habrá recogido.

            Pues mire usted, que no —contesta ufana la señora— que me he dejado las bolsas en casa.

            ¿Es usted consciente de su poco, o nulo civismo? ¡Que estamos en estado de alarma señora!

            Lo estará usted. Que yo lo estoy de buena esperanza.

            ¿Está usted embarazada? ¿De cuanto tiempo? Mi mujer lo está de seis meses. —pregunta amable el policía.

            Yo no, la perra. Está de seis semanas.

            Ah, bueno. Creía que era usted la que esperaba familia.

            Y la espero. A mi cuñada Carmen, que desde que nos pusieron en cuarentena no nos vemos.

            Pero, si no se puede salir de casa. ¿Dónde vive su cuñada?

            En Las Palmas. Llega esta noche en el vuelo de las ocho.

            ¿No están prohibidos los vuelos? —pregunta extrañado el policía.

            Y lo están, ella viene nadando.

            ¿Me está tomando el pelo, señora?

            Para nada, Dios me libre.

            ¿Entonces?

            Pues eso. Que no estoy embarazada.

            ¡Ah! Vale, ¿Y la perra?

            Aquí, ¿no la ve?. A mi lado. Es esta que sujeto con la correa.

            Digo, que si la perra no estaba preñada.

            No, la que lo está es su mujer, según me acaba de decir.

            Cierto. De seis meses.

            Los mismos que va a durar esta cuarentena —le dice mientras se pone en camino con la perra de la correa.

            ¿Se marcha?

            Si le parece me quedo a esperar que me denuncie.

            Pero es que no me ha dejado otra opción.

            Puede consultarlo con la almohada esta noche. Ahora, si me disculpa, me voy, que tengo que sacar a la perra.

            Pero, si la lleva de la correa.

            Esta no, la otra. La de mi vecina.

            ¿Su vecina tiene otra perra?

            ¡Claro!, en el bloque todos tenemos perro.

            ¿Y los tiene que sacar usted todos?

            No, solo la mía y la de la vecina que está impedida.

            ¿En una silla de ruedas? Pregunta el policia.

            Qué va, poco bien se maneja ella.

            ¿Entonces? ¿Por qué no la saca ella?

            ¿Sacar a quién?

            A la perra.

            Pero no ve que la acabo de sacar yo. Está usted un poco raro esta noche.

            Usted me acaba de decir que tiene que sacar a la perra de su vecina.

            Y así, es. Ahora si me disculpa.        

            ¡Vaya usted con Dios!

            Lo mismo le deseo.

 

 

 

 

 

           

 

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