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Los miedos de los poderosos

por el príncipe de las mareas

Los griegos inventaron la democracia como artificio de consenso entre la élite, como medida de acuerdo entre notables. Con el tiempo esa manera de concebir la realidad general se fue acercando hasta lo que hoy llamamos sufragio universal, y que Montesquieu preconizaba de darle un uso adecuado, de encauzar esas opiniones individuales, en pos de un resultado ecuménico. Pergeñó esa separación de poderes tan cacareada y tan poco llevada a la práctica. Hoy en día vivimos una involución generalizada, una vuelta atrás ante el miedo de estos herederos de aquellos notables, de ver generalizada la igualdad entre desiguales. No todos estamos preparados para tomar decisiones, por ello prefieren dejarnos al margen no ya de ellas, sino de sus propios resultados. Estaríamos hablando del todo para el pueblo pero sin el pueblo.

La sociedad moderna ha llegado a pisarse la cola, ya no puede dar un paso más sin quedar lastrada de su propia esencia. Derechos, igualdad, bienestar, son conceptos que han perdido su sentido, han dejado de ser válidos en un mundo desvalido. Ya no pueden, ya no quieren que alcancemos esa paridad tan denostada por todo el que ha nacido y vivido por encima de los demás, el miedo a confundirse con la masa les aterroriza.

Cuando los resortes económicos están garantizados, se puede abrir un tanto la mano y dejar caer las migajas sobrantes, pero una vez que aquellos se han reducido de manera alarmante, saltan las sirenas de Ulises cantando odas a los oídos del embarcado en esa Torre de Babel, que busca ignorante y osado, el ayuntamiento con el creador.

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