Hambre de héroes

~~ Los americanos nos llevan ventaja, ellos tienen superhéroes que les solucionan los problemas. Nosotros solo tenemos héroes que dejaron su impronta allá por donde pasaron. Los Batman, Superman o el mismísimo capitán américa, frente a los Blas de Lezo, don Pelayo, El cid o el Capitán Cortés en desigual enfrentamiento; aquellos se lucen en los comics y en el cine de aventuras, los nuestros se batieron por unos ideales que hoy a nadie interesan. A nuestros héroes los hemos sustituidos por otros de pantalla panorámica y mensajes de ensueño, utópicas peroratas con el apocalipsis de fondo y ángeles exterminadores en pos de la destrucción del maligno. En la patria del Quijote no resulta extraño la facilidad con la que caemos en el engaño, señuelos de oropel que nos ofertan como si de un supermercado se tratara. El pueblo americano siempre puede recurrir a cualquiera de sus coloridos personajes para acallar al villano, nosotros hemos acabado con los que podían haber afrontado las afrentas. Somos un pueblo perdido en el desconcierto de la estulticia, amparados en guirnaldas de colores y coletas de caballo, pretendemos socorrernos de calvas maledicentes o encanecidas barbas. Ya no cuajan los discursos grandilocuentes de esperas eternas ni de promesas incumplidas. Las quitas en la nómina, los recortes cretenses, o los sibilinos consejos de aquellos que se han erigido en tutores de nuestras vidas, se han aposentado cual chapapote ennegrecido que todo lo enlodaza. FMI, UE, OCDE…, siglas que perjuran el bienestar y abjuran de la verdad. La gente está cansada, el hastío recorre los caminos sin conocer de fronteras como si el toque de rebato hubiera sonado frente a las murallas de Europa. Ya no bastan vallas en Melilla para detener la hambruna africana, ya los Alpes no son obstáculo para estos aníbales modernos. Ahora las murallas, los fosos o las empalizadas no nos protegen de los de fuera, ahora nos encierran dentro de nuestro propio fracaso como pueblos, como humanidad que no ha sabido, que no ha querido entender que la vida se expande aun a costa de la muerte anunciada en programas electorales de mediocres postulantes.