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Parece que fuera ayer

por el príncipe de las mareas

~~ Parece que nos sorprende que ciertas personas, con cariz diferente al de político, alcance un escaño en el Congreso de los Diputados. No veo motivo para tal estupor, más bien una concatenación de sucesos tales como la apatía, el hastío o la rabia ante tanta depravación institucional. Lo tradicional hasta ahora consistía en esa alternancia en el alter ego de los partidos, una sucesión estudiada, que no matemática, que repartía los asientos de sus señorías en función de la provincia a la que dijeran representar. Tras la debacle del engendro inventado por Suarez, le tocó el turno al PSOE, redentor de todos los males acaecidos antes, durante y después de la guerra civil. El cuento pudo haber supuesto la envidia incondicional de Samaniego o los hermanos Grimm, tal fue amen de su eficacia, su longevidad para distracciones tan elementales. Tras el agostamiento de sus ideas, las acechanzas penales y la impunidad cultural. Llegó el turno al PP, partido fundado por el amigo de Busch, que venía a recabar las ideas de una alianza marchita, y los neoliberales de no se sabe bien que aspiraciones. España se había convertido en una isabelina alternancia, donde la progresía corrupta, alentaba desde el banquillo a la derecha más rancia. La permuta en el banco azul ha dado varias vueltas, pero siempre ocupado por los mismos perros con distintos collares. Sean galgos o podencos, no dejan todos a una de pertenecer al género canino. La gente vivía ajena a la realidad que se fraguaba a fuego lento en las calderas de Pepe Botero, que no son las mismas que fundían la piedra para fabricar cemento con el que construir viviendas. Los perros, estos no, los otros, los del desconocimiento más absoluto se ataban con longanizas alemanas, o butifarras catalanas, la vida sonreía aviesa con ladina acechanza y las nubes daban paso a un sol tocado de arco iris de colores. Mientras en Francia o en Austria la extrema derecha avisaba que no estaba la cosa para jaranas disonantes, en Italia el batiburrillo de ideas se confundía con la ideología, y el electorado se tornaba tan desencantado como cualquier príncipe besado a destiempo. Nosotros por el contrario éramos la reina de la fiesta, la alfombra roja de los Oscar se extendía para cualquiera que hubiera abandonado los estudios con catorce años. La gloria inmobiliaria nos llamaba con cánticos de sirena en esa odisea inventada por un tal Ulises Aznar. Llegamos a Ítaca y nuestra Penélope zetaperiana nos tejía una mortaja a prueba de catalanes díscolos con un nacionalismo más macabro de lo esperado. Los pretendientes a la mano de la tejedora, y aspirantes al trono del aventurero héroe, alcanzaron el poder que un tal Telémaco de apellido Rajoy, había entregado a la valkiria del norte, para juntos, en maridaje frau-dulento, nos tendieran esta emboscada en la que pocos saldremos con vida. ¿Y todavía nos extrañamos que un actor, payaso o panadero entre en las instituciones? La gente ha perdido la fe, ya no cree en un Dios misericordioso que proveerá unas bodas de Canaán en cualquier hogar de la geografía patria, que no alberga más esperanzas de encontrar trabajo que en hallar un tesoro bajo el jardín de los que aún no han perdido su vivienda. Las recetas del gobierno se han transformado en pócimas que para colmo de males, tienen un IVA incrementado, unas rebajas en derechos y una carencia absoluta de eficacia a corto, medio o largo plazo. Miliki se ha muerto este pasado año, pero los payasos de la farándula siguen a la expectativa de copar los puestos que esos otros payasos del terror, dejan vacantes cada vez que se convoca al pueblo a las urnas.

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