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Está sentado bajo el porche de la noche, las estrellas solo muestran su

por el príncipe de las mareas


Está sentado bajo el porche de la noche, las estrellas solo muestran su reflejo recatado, no ha lugar a eventos radiofónicos narrados con la misma cadencia en la voz, con la que pasa un avión de pasajeros. No, no se atisban objetos extraños, luces inverosímiles ni relatos ufológicos para agrado del geko. Éste, escala los techos encalados en busca de presas noctámbulas. De pequeños les llamábamos salamanquesas, aunque jamás hubieran pisado la charra tierra donde Unamuno impartió clases magistrales, incluso en inglés para goce del alumnado aventajado.
Esta noche no hay luna, debido al recato de Selene o porque simplemente no le ha dado la gana deleitarnos con su lumínica presencia. Sí se muestran las artificiales aficionadas que titilan sobre un platillo de cera, destellando sobre la palmera rechoncha de especie diferente a las habituales por estos lares mediterráneos. No sé por qué me ha recordado al cuadro Las meninas, quizá esos miembros recortados, gordezuelos, y henchidos de orgullo por encontrarse en primera fila. La componen tres patas, tres vástagos aferrados a la tierra y regados por el chorro de un aspersor sincronizado que lucha contra el fragor de las olas a escasos metros del vallado.
La hija díscola ha vuelto al pensamiento, al tiempo que el geko ha recorrido la distancia que le separaba de ningún lugar determinado; es como si su andadura en las alturas hubiese resultado en vano. La hija irredenta, que no pródiga, amenaza con la huida, con marcharse de casa, el pensamiento del padre es confuso, no sabría si atribuirlo a su ineficacia como gestor de los tiempos de su vástago, o quizá, tal vez, todo se deba al replanteamiento de su propia existencia. Los aspersores cesan de repente, se escabullen entre el césped sin cortar y callan su sinfonía de acompañamiento de la resaca marina que golpea con perseverancia la roca estoica de la costa. No tiene enjundia de playa, es demasiado agreste para ello. Retrocede como queriendo tomar impulso y vuelve a golpear las sienes de éste, que siente como la frustración ha hecho presa en sus sentimientos. La amenaza sigue ahí, aún no ha resuelto dar media vuelta y marcharse a dormir, aunque la que la profirió debe haberlo hecho hace ya un buen rato.
Las señales horarias anuncian que faltan tres minutos para las tres de la madrugada, alguien ha olvidado sincronizar el momento de oír las noticias manidas desde las once de la noche, nada nuevo desde que conectó el transistor hace ya unas horas. El pensamiento vuelve a ser asaltado por el ultimátum, es como si pretendiese desvalijar su mente, al contrario que el muro, la tapia acristalada que cierra el perímetro ajardinado. Esta no es acometida por nadie, mejor así, tengamos la fiesta en paz.

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