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la amenaza de unos fantasmas

por el príncipe de las mareas

Estoy cansado de tanta amenaza de debacle económica, tanta alarma de perder hasta la camisa que no llevo puesta a causa del calor. Estoy harto de tanto político, de tanto empleado público que jamás aprobó una oposición, que no se pasó dos o tres años pelando codos para proveerse de un puesto de trabajo, un puesto donde el salario apenas enjugaba los labios, pero despedía al hambre en el umbral de su casa.

Estoy aburrido de que a la casta a la que pertenezco, se le carguen siempre los esfuerzos, los sacrificios, las apreturas, las falsas promesas de un futuro mejor, que cuando esto pase ya veremos si retomamos los derechos adquiridos a base de esfuerzos y años a partes iguales.

Ellos sin embargo no están cansados, no están hartos, no están alarmados, no temen que la recesión, el corralito, la prima de riesgo, el crac de la bolsa o cualquier calamidad anunciada por los mayas allá por sus dominios precolombinos, y que tiene fecha de caducidad a seis meses vista. Ellos no tienen motivos para desesperarse, no huelen la sangre que bulle por las venas del cuello de más de uno, no advierten que la soga se está tensando más de la cuenta, que esos cuellos, tal vez los suyos, se acerquen sin prisas, pero sin desmayo hacia esa soga que no se debe mentar en casa del ahorcado.

Esta ralea de vagos, de zánganos solazados con los pagadores de impuestos, esta canalla que se autodenomina representantes populares, padres de la patria, primos de la patria, ahijados de la patria, devastadores de la patria ¿Acaso se nos han vuelto idiotas? No concibo como viendo la sombra alargada de ese ciprés que describiera Delibes, ese símbolo de camposanto atenazado por el crujir de los huesos que se están quedando mondos en más de un barrio, se permiten la osadía de no poner pies en polvorosa. Las cartas están marcadas, de eso no hay duda, pero tampoco vacilo yo al pensar que a los tahúres se les arroja a las frías aguas del Misisipi.

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